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miércoles, 3 de diciembre de 2008

En tu cama

La miré, dormía sobre la cama. El corazón se me estremecía con cada latido. Nunca había imaginado que el amor fuera así. Su cuerpo se veía tan perfecto que por un momento me atreví a pensar en la perfección de la creación Divina, que por supuesto no tenía nada que ver, quizá, con este momento de amor enceguecido, colmado de pasión.

La vi y me inspiró esas ganas de salir por la vida llamando a las cosas por su nombre, detenerme en cualquier jardín y embriagarme con el perfume de cada una de sus flores sin miedo al ridículo. Me atreví a pensar en las mas osadas de las proezas por el sólo deseo de complacerla a ella. Las blancas sabanas no podían esconder su naturaleza fémina; una blanca, suave y deseable pierna se escapaba del laberinto de pliegues que la tela dibujaba caprichosamente en torno a su figura sobre el lecho de los amantes. No había en mi memoria una sensación repetida, similar a esta. El deseo se había apoderado de cada una de mis fibras mas intimas.

La imaginé tomada de mi mano, aferrada al amor que le ofrecía desde cada rincón de mi ser. Sus labios rozando los míos dejando una tibia sensación en mí, con sus brazos, su cuerpo todo rodeándome. Sería irrefrenable el deseo de hacerla mía en cualquier sitio, el cine, el teatro o quizá en la plaza en la que me dé el primer beso. La imaginé llenando cada uno de estos espacios llenos de dolor y rencor, y sólo podía mirarla desde unos metros donde yacía extenuada después de una noche de pasión que la había dejado abatida y la había encontrado, por la mañana, en una soledad interminable de la cual no sería conciente hasta despertar. Su cabello dibujaba en la almohada un mar de trigo revuelto, enmarañado, en el cual navegar sería, quizá, la travesía mas maravillosa a la cual podría arrojarme. Su lacio cabello se veía sedoso aunque revuelto, como ese mar que podía ver desde la ventana del cuarto. No eran mas de las nueve de la mañana. Tras un largo viaje, la encontré en la casa de la playa. Afuera nadie sabía lo que sucedía en este cuarto abandonado y lejano del mundo. Las ciudades se confundían en un nudo impenetrable de convivencias inexplicables, sin razón. Los ruidos de bocina de los automóviles, el atiborramiento del tránsito, eran sólo una visión imaginaria porque yo estaba aquí en este rincón del universo especialmente creado para nosotros.

A la izquierda, como se entra a la habitación, estaba el gran ventanal rematado en un balcón rustico. Desde allí se veía el faro y la desolada playa. Sólo un hombre encapotado en un chándal celeste trotaba a la orilla del mar, tan cerca nuestro pero tan lejos de este pequeño universo de amor. “Es la mujer mas bella que se haya visto... Es casi perfecta” me habían dicho, y me pareció sólo una descripción superficial. Tenía ante mi la musa perfecta en la cual se inspiro Da Vinci o Van Gogh. Su aire era angelical, de otro mundo, de otra existencia.

Miré la mesa de noche donde había un reloj de acrílico transparente. La alarma estaba programada para las 10.30 hs., pero la perilla estaba baja y nunca sonaría. Primero observé toda la escena. Reparé en cada rincón del cuarto donde dormía la rubia deidad. Los zapatos que usó la noche anterior estaban delante del ventanal. Un vestido largo de seda, yacía sobre el piso del pasillo que comunicaba la sala con el dormitorio. Tuve que girar la cabeza para verlo detrás de mi, creo que se encontraba exactamente a medio camino. Era un pequeño vestigio de la noche de pasión. No hubo tiempo de llegar a la habitación para desnudarse, fue insinuante, pasional. Sobre la alfombra, junto a la cama, vi una frapera con una botella de champagne vacía y a un lado estaban las copas. Una de ellas tenía rastros de rouge en el borde.

Cuando volví la vista hacia ella, sentí la extraña sensación de estar inspirado como para escribirle un poema de amor que hablara de sus curvas, del mar escondido en su blonda cabellera y que sólo yo fui capaz de descubrir, del sonido que llegaba desde la playa que traía hasta la habitación el ruido de rompientes olas en la arena húmeda y salada, de este amor sin deudas ni castigos. Un poema de amor que hablara de nuestra soledad en aquella habitación a miles y miles de kilómetros del mundo, donde nadie puede llegar, de donde nadie puede partir. Contarle al mundo en un poema como se siente el roce de su piel en la mía, el olor a sexo, el sonido de la pasión, el sabor a miel siempre presente en el paladar de los amantes en esta madrugada de amor trashumante. Tuve la intención de tomar papel y lápiz para escribir ese poema de amor, pero todo aquello no formaba parte de mi mundo. Sucedía en mi cabeza y nada mas. Caminaba por la cornisa de un abismo incierto, de un yo lejano e imaginario.

Fui hasta la cocina ya convencido de mi lugar y de lo que realmente debía hacer. Me serví una taza de café y actué como siempre, fríamente; calculé que tendría el tiempo suficiente como para saborearlo antes que ella despertara. Volví en mi. Caí a mi propio ser aborrecido e inevitable, para ser lo que soy y hacer lo que debo hacer en esta vida que no es mas ni menos que lo que se me ha mandado como un cruel designio del destino, sin derecho a protesto ni a renegar de él. La ventana de la cocina estaba abierta de par en par y por ella arrojé la taza de café.

Me dirigí a la habitación y le besé la frente para despedirme, para despedirme de lo que pudo ser y que no fue porque a fin de cuenta soy lo que soy sin derecho y sin coraje a enfrentar la inevitabilidad del destino.

Media hora mas tarde, me puse el abrigo y salí de la casa. El sol empezaba a envolverme y abrigarme tímidamente. Caminé por la orilla del mar dejando que me mojara los pies, para sentir su frío, para sentirme un poco vivo. Recorrí varios kilómetros sin poder quitarme de la cabeza aquel amor fulminante que no debía ser, que no quería ser. Caminé hasta que las piernas no me respondían, cansadas de tanto andar por la vida, atormentadas por los senderos que les hacía transitar siempre huyendo de algo, de alguien, o simplemente de mi. Tomé el autobús hasta la calle Las Palmeras y el Boulevard Marítimo donde había dejado el automóvil esa madrugada.

Al llegar al apartamento caí en el sofá imbuido en un sopor de sueño y cansancio que me dejó inconciente en cuestión de segundos. Dormí el resto del día y toda la noche. Al despertar miré el reloj sobre el hogar a leña y marcaba las 6.30. Incliné la cabeza en dirección a la ventana y vi la pálida luz del nuevo día. Turbado por el sueño, de a poco, me fui dando cuenta que había dormido casi veinte horas corridas. En la mesa de la sala la notebook chillaba anunciando la llegada de un mail. Lo leí, lo contesté y salí a la calle a buscar el periódico. En mi cabeza retumbaban los ecos de aquel amor que fue y que no fue. La primera plana del periódico anunciaba el hallazgo de una joven sin vida. Los detalles relataban pormenorizadamente como el asesino, sin dejar huella alguna, la había dormido en un sueño muy profundo y la sumergió en una tina de baño, ahogándola. La cronista de la nota, presumía que el homicida tenía la intención de que se supiese la identidad del cuerpo hallado. Según decía el periódico, la mujer había sido dormida con alguna sustancia inhalante como el cloroformo, los forenses trabajaban sobre esa hipótesis antes de la autopsia, ya que en el cuerpo de la mujer no había ningún rastro que demostrara resistencia al hecho violento del cual fue objeto. La policía local trabajaba duramente para descubrir el móvil del crimen, aunque era evidente que el trabajo había sido por encargo y el cruel asesinato había sido perpetrado por un profesional a sueldo. Sólo un crimen pasional podía justificar semejante tropelía, además se podrían haber deshecho del cuerpo fácilmente si lo hubieran querido pero el dejarla allí para que fuera encontrada, era un claro símbolo de que el asesino se asegurara de esa manera cobrar el trabajo realizado. Le seguían otro tipo de especulaciones como por ejemplo un amante resentido, un novio celoso o negocios turbios de una familia muy poderosa a la cual la muchacha pertenecía.

Por el Boulevard llegué hasta la terminal de autobuses y me dirigí a los casilleros, mas precisamente al casillero diecisiete (17). Lo abrí con la pequeña llave que me enviaron en un sobre por correo, tomé el bolso que habían colocado en él y me dirigí a los lavatorios. El bolso contenía la suma pactada, cien mil dólares. De la mochila que llevaba en la espalda saqué una muda de ropa y me cambié dejando la que llevaba puesta en el bolso negro y éste en un cesto de basura. Cambié el peinado que traía por uno humedecido con gel y peinado hacia atrás. Me coloqué unos lentes negros y salí serenamente del sanitario. Camino del autobús que me llevaría a varios kilómetros de allí, imágenes como flashes se dispararon en mi cabeza. Su piel, su pelo, su cuerpo dentro de la tina de baño, el amor, la muerte, la absurda soledad a la que estaba condenado, la voz en el teléfono que me encargó la muerte de su hija, el hombre corriendo en la playa aquella mañana mientras ella moría lentamente pero sin sufrimiento, su sexo, nuestro final y este absurdo pero inevitable destino.

Davo///

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