Páginas

lunes, 29 de junio de 2009

Jugar por jugar

Entramos a la habitación y ella fue directamente a sentarse en la cama. El cuarto se veía un tanto oscuro, y estaba iluminado de tal manera que todos los objetos hacían sombras alargadas y oscuras. Predominaba el marrón y el ocre en la decoración tanto en cortinas como en los empapelados, los muebles de madera en color roble. Todo el conjunto daba una sensación de viejo, de triste, en ese hotel. Mariela estaba sentada en la cama esperándome; Mariela era una puta.

Ambos estábamos en silencio, no era un momento tenso, pero lo viví como uno de esos momentos en los cuales no se sabe precisamente que decir; yo sospechaba que cualquier cosa que dijera estaba de más. No entiendo por qué, pero sentía como que iba a profanar algo sagrado en ella, no me refiero sexualmente sino mas bien a su ser “femenino”, y eso me hizo sentir mal. Me saqué el abrigo y lo arrojé sobre un viejo sofá; me acerqué a la mesa de noche que se encontraba junto a la cama y dejé el dinero que habíamos pactado, su “tarifa”. Pagarle los ciento veinte pesos limpió un poco mi conciencia, quizá ella también se sintió un poco rara por pedirme dinero para hacer uso de su cuerpo y convidar de sus placeres. Fuera como fuera yo seguía sintiendo esa carga, esa cosa que tiene la misma sensación que la culpa.

-¿Mariela me dijiste que te llamabas? –pregunté.
-Sí.
-¿Por qué hacés esto?
-Porque me pagaste –me contestó haciendo una mueca que denotaba la inevitabilidad de la respuesta.
-No me refiero a eso, me refiero a por qué te dedicas a esto.
-Todos los boludos me preguntan lo mismo ¿Sos periodista, vas a escribir un libro o qué?

Definitivamente, ahora me sentía culpable o mejor dicho culpable y miserable. Confirmé esa sensación que tuve al principio porque pregunté una boludez, Mariela tenía razón. En ese momento me sentí desnudo sin siquiera haberme sacado la camisa.

-Ayudáme por favor, no se que se supone que haga en este momento –le dije casi como un ruego.
-Que tengamos sexo, no se que otra cosa esperás que suceda –me dijo mientras dejaba su abrigo junto al mío.
-Supongo que sí, claro… Pero me siento mal, incómodo.
-¿Estuviste con una puta alguna vez?
-¿Mi ex mujer cuenta?
-¿Tu ex mujer? Ah, bueno… Además sos un boludo resentido. Tu ex, una puta. Los hombres dicen eso cuando somos buenas en la cama y les gustamos, la guita no importa, haya guita de por medio o no, si somos buenas amantes somos putas.
-Si, pero ella se fue con otro tipo.
-¿Y? ¿Por eso decís que es puta?

Me sentí repentinamente enojado, muy enojado. No entendía que hacía discutiendo este tema con ella justo en ese momento. La tenía cerca de donde yo me había sentado, en el sillón, así que la tomé de la mano al tiempo que me ponía de pié y la traje hasta mí. Quedamos pegados cuerpo a cuerpo. Me miró a los ojos, la quise besar, pero me esquivó.

-¿Qué pasa? –pregunté.
-Pasa que no beso a mis clientes.
-Pero yo pagué, te pagué ciento veinte pesos.
-Todos pagan, bebé. Yo no beso a ninguno.
-¿Es algo así como una regla, como una condición?
-No, es algo así como cuidar mi corazón y respetar lo que pasa en él.
-¿Estás enamorada?
-Sí, claro que lo estoy. ¿Porque soy puta no puedo?

Se zafó de mi mano y fue a sentarse nuevamente a la cama. En ese momento no se qué sucedió exactamente, pero me pareció que esa mujer no era la misma que había entrado a la habitación conmigo. Sentí como que Mariela me estaba queriendo decir “ey, hasta acá llegas, pagaste por una puta, tenerme como mina es otro precio”. Sin embargo, casi como entrando en un juego de histeria y seducción, me estaba mostrando a esa mujer poderosa que dominaba a la perfección, allá en las profundidades, los límites entre el sexo y los sentimientos.

-Claro que sí –respondí. –En realidad la pregunta apuntaba a saber si estas de novia, casada, en pareja…
-No –me respondió mientras encendía un cigarrillo -, él me ve sólo como una puta. ¿Te molesta que fume?
-No, si no me vas a besar, no me molesta. Mi mujer fumaba y cuando me besaba era inevitable sentir el olor y ese gusto horrible que le dejaba el tabaco en la boca.
-Los hombres sólo recuerdan lo que no les gusta de nosotras.
-Eso no es verdad. Y volviendo a lo que te pregunté antes, él no se enamora de vos porque sabe que te acostás con otros hombres ¿quién podría enamorarse sabiendo eso? –después que lo dije, me sonó cruel la pregunta.
-Me dijiste que tu mujer era una puta que se había ido con otro, ese fue el recuerdo que tuviste de ella. Y por otro lado, yo estoy hablando de amor, no de sexo ni de lo que le doy a los clientes –me contestó visiblemente enojada -. Pero no te preocupes, él no lo sabe y jamás se lo diría porque seguramente siente lo mismo que vos y piensa como vos, con eso que tenés ahí –me dijo y con la mirada señaló mi entrepierna. Me sentí insultado, acá la puta era ella, no yo.

-No me jodas con ese discurso feminista.
-¿Feminista? –sonrió con fuerza –“Hembrista” querrás decir, bebé. Si ustedes son machos –me decía mientras se ponía de pié y con la mano recorría sensualmente su silueta –nosotras somos hembras.
-Yo no podría.
-¿Qué no podrías?
-Enamorarme de vos sabiendo que te comparto con otros tipos.
-Por amor, yo dejaría esta vida que llevo.
-¿Y por qué no la dejás si ya estas enamorada?
-Porque el no me corresponde con su amor.
-Pero entonces no dejarías de ser puta por amor, sino por él.

Se puso de pié y empezó a caminar lentamente, se detuvo justo delante mío. Se subió la falda hasta la cintura, mostrando sus largas, delgadas y apetecibles piernas. Soltó la última bocanada de humo, giró sobre sus pies y empezó a caminar de regreso a la cama.

-Tanto prejuicio, tanto prejuicio y sin embargo pagás por una puta. Sabés que no los entiendo a ustedes los hombres.

Se arrodilló sobre la cama dándome la espalda y giró la cabeza para sonreírme. Me excité. Me gustó y además como que, por unos instantes, fui aquel hombre que ella amaba, ciego, necio, contradicho emocional y sexualmente. De haber tenido una charla así en cualquier otro momento, en cualquier otro lugar, hubiéramos terminado los dos en el mismo sitio, en un cuarto de hotel. Pero yo le había pagado, ella sonreía y ya no se veía tan triste como al principio, porque creo que nos habíamos salido de lo previsible, me refiero a pagarle, a notificarme de las condiciones del servicio y del momento del sexo. Yo ya no sentía culpa. Tuvimos sexo durante horas. Ok, quizá fueron sólo un par de horas; bueno, no sé cuanto tiempo, pero estuvimos un buen rato y no estuve pendiente del reloj.

Mientras ella se fumaba un cigarrillo, yo permanecí tirado en la cama mirando fijamente el techo pensando que Mariela no deja de sorprenderme, la amo, y muchas veces, a pesar de que esto es sólo un juego para nosotros, me hace reflexionar profundamente. Me pregunto si otra mujer podría entenderme como lo hace ella, no por nada es mi esposa y disfruta conmigo esto de jugar por jugar.


Davo///

No hay comentarios:

Publicar un comentario