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martes, 7 de julio de 2009

Un tango para Grisel

Cuando Julia y Ricardo me avisaron que se casaban, inmediatamente pensé en Grisel. Puede que tenga nombre de tango pero sin duda su vida no lo fue. Solía explicar, como si hiciera falta alguna explicación, que ese nombre lo había elegido su papá porque había escuchado aquella canción la mañana en que ella nació. La verdad es que su papá no recordaba por qué le había puesto aquel nombre, pero ella evocaba de manera casi romántica un recuerdo inventado a medias que tenía por escenario una casona vieja en el barrio de Pompeya, donde sentados bajo la parra y al compás del dos por cuatro, la familia esperaba el nacimiento de quien años mas tarde sería mi mujer, y años mas tarde aún, mi ex mujer.

Lo cierto es que a mí no me importa cruzarme con alguna ex porque todas me quieren, y estoy creyendo que eso, en realidad, habla muy mal de mí. ¿Que clase de mujer es capaz de quererte luego de haberte amado? Claro, porque es como hacer un camino al revés. Se supone que primero te quieren y luego te aman. No quiero profundizar demasiado para no enterarme de ciertas cosas, pero a menudo reflexiono respecto de por que me quieren tanto ahora que me tienen lejos. Entonces comencé a pensar con que cara iría al casamiento de Julia y Ricardo dado que ahí iba a estar Grisel. Ella no era la excepción a la regla de ex parejas que me querían. La ultima vez que nos vimos, el encuentro había sido ameno, como si se reencontraran dos viejos amigos que hacía tiempo no se veían; incluso tuvimos sexo, como dos amigos que hacia mucho que no se veían y que se excitaban mutuamente. Pero de esto ya hacía mucho, no se, como un año… ¿O menos? De cualquier modo, este encuentro había quedado atrás, superado; porque unos días después, miento, al otro día sentí algo parecido a un arrepentimiento… Me arrepentí, y creí que lo mejor era superarlo, que para mí significa encontrar un pretexto superador que justifique el sentirme arrepentido.

Las semanas pasaron rápidamente y el casamiento de Julia y de Ricardo se me cayó encima desde el almanaque. El regalo lo compré el mismo día, soy un desastre para hacer regalos a los demás, sufro muchísimo porque dudo, me da miedo regalar algo que ya tienen o algo inútil, llegar con entusiasmo y al ver la cara del agasajado darme cuenta que es una estupidez mi presente. En esta oportunidad les regalé un calentador para puerto USB, si, era genial, era un calentador que se enchufaba a un puerto USB de la computadora y te mantenía la taza caliente, una genialidad. Quise comprar para mí, pero ya no habían quedado, era la última unidad. Creo que se asombraron al ver el regalo. No entendían bien para que servía, era algo muy novedoso; no se si eso era bueno o malo.

Estrenaría un traje y zapatos para aquella ocasión tan especial, ocasión en la cual las almas de mis dos amigos iban a quedar selladas en santo sacramento; no se si tan así pero al menos a eso se comprometerían delante del cura. Yo esa noche quería dar una buena impresión. En realidad cuando uno sabe que se va a reencontrar con alguien que hace tiempo no ve, le gusta impresionar, dar una buena imagen y, sobre todo, si es que entre esa gente uno se va a encontrar con una ex; supongo que es como para mostrarle el material que se ha perdido ¿Despecho? No, para nada.

El color negro me sentaba bien en la vestimenta formal, en este caso el traje, de Dior, lógicamente. Camisa blanca impecable. Zapatos de Salvatore Ferragamo, preciosos, los había traído de Italia la última vez que fui por trabajo. Me gusta vestirme bien, no escatimo dinero en ello ni en regalos, creo que ambas cosas son una carta de presentación; además iba a estar Grisel y quería que viera que mis gustos no habían cambiado y que no me había venido abajo por no estar con ella, mi vida había continuado.

El salón, el Yacht Club Puerto Madero, una paquetería. La noche era calida, el ambiente y la música para la recepción de los invitados también lo eran. No esperaba ver a los novios hasta tiempo después lógicamente ellos no llegan hasta entrada la noche y que la mayoría de los invitados los esté esperando, y tampoco esperaba ver a Grisel, con su novio (?). En ese momento me dieron unas ganas súbitas de irme, me sentí incómodo. Me puse nervioso porque empecé a manejar toda suerte de hipótesis sobre lo que sucedería cuando nos saludáramos; quizá su novio era muy celoso y al enterarse que yo fui su marido no me extendería la mano para saludarme; quizá me acercaría a ella, como demostración de superación y de conducta civilizada, y se diera vuelta para evitarme; tal vez ni siquiera le mencionó la posibilidad de que yo estuviera en la fiesta y en un arrebato de celos él saliera corriendo enojado y la dejara allí plantada, Grisel seguramente habría de culparme por mi desvergüenza al acercarme a saludar como si nada y arruinarle la noche. Estos son los momentos en los que mis manos, están mojadas de ansiedad, de nervios, de transpiración.

Ella estaba igual. El no era de su tipo. Nada que ver. Estoy siendo neutral. No tenía aire, no se veía interesante y estaba algo pasado de peso. A ella nunca le gustaba que me viera excedido de peso, decía que todos los excesos eran grotescos. Un par de kilos de más y en seguida mencionaba con insistencia que el gimnasio era bueno para evitar el estrés.

De pronto ella se me acercó con paso presuroso y vino a mi encuentro.

-¡Ayyyyy, que lindo verte! Sabía que venías obviamente, lo imaginé –me dijo al oído mientras me abrazaba efusivamente para saludarme.
-Hola, ¿como estás? –le respondí yo sobriamente, con cautela y sin quitarle los ojos de encima al grotesco.
-Re bien. Vení, –me dijo mientras me tomaba la mano –vení que te quiero presentar a Tito…

¡Por Dios! ¿Qué le había pasado a Grisel? Que coraje venir al Yacht Club Puerto Madero con alguien apodado Tito, y además, dónde fueron a parar todos sus prejuicios y pretensiones, por favor.

-Hola… Tito, un gusto.
-Como estás, un placer conocerte. Grisel me habló mucho de vos.

El tipo sonreía, así que no había de que preocuparse, pero aquello de que “Grisel me habló mucho de vos” no me sonaba del todo normal, soy moderno pero yo no se si quisiera que me hablaran tanto de un ex.

Dejando un poco de lado mis prejuicios y esa suerte de pelusa (celos), a ella se la veía bien, feliz, a ambos se los veía felices juntos. La noche era amena, el champagne era bueno, el contexto de Puerto Madero, el río, las luces de la ciudad desde la terraza del salón, las nochecitas de Buenos Aires en noviembre invitan a entregarse a los placeres mas formales y a los mas frívolos, paradójicamente. Los chicos habían hecho una selección de música de jazz exquisita que nos envolvía en una atmosfera de relax absoluto, fue una gran fiesta. Y allí estaba Grisel, feliz con el grotesco, iluminada de amor supongo aunque él quizá no supiera la letra de su tango que dice “No debí pensar jamás en lograr tu corazón... Y sin embargo te busqué hasta que un día te encontré y con mis besos te aturdí sin importarme que eras buena. Tu ilusión fue de cristal, se rompió cuando partí, pues nunca, nunca más volví... ¡Qué amarga fue tu pena!”. Todavía recuerdo la letra de aquel tango que le despertaba tanta ilusión, ilusión de que su nombre fuera inspirado al compás de un bandoneón.

La noche poco a poco se fue apagando entre recuerdos nuevos y viejos, entre charlas triviales y divertidas. No quedaba nadie ya, éramos los últimos. Faltaban minutos para el amanecer y el tiempo había pasado como si nada. El champagne se me había subido un tanto, me pedí un café para bajar el alcohol y espabilarme. Pedí permiso -soy un hombre formal -, me levanté y fui al toilette. No me gustan los mingitorios, odio orinar y que se levante el olor a naftalina asquerosa que caracteriza a todos los baños de hombres. Así que entré y casi de memoria, sin mirar los mingitorios y si tenían o no naftalina, entré a la primer puertita desocupada que encontré. Todos los cubículos del baño resultaron estar libres. Salí, me lavé las manos y al girar para tomar una toalla y secarme, vi que la puerta del baño se abría y entraba Grisel.

-Es el de al lado, che… -le dije sonriendo.
-Que tarado que sos, vos siempre inocentón, en el baño de al lado no estas vos.
-Pero…
-Por que carajo hablas tanto ¿me querés decir? Te pasaste toda la noche hablando boludeces y yo con ganas de comerte esa boca.

Se subió al lavatorio y mirándole la espalda por el espejo que quedó ubicado detrás de ella, le hice el amor de manera fugaz y un tanto salvaje. La excitación era una mezcla de cosa prohibida y de disfrutar de lo ajeno, de reencuentro y miedo a que nos encontraran ¿Cómo carajos explicar una situación asi? No hay manera. Al otro día seguramente estaría nuevamente arrepentido; pero bueno ya habría tiempo de encontrar un buen pretexto, ese era momento de entregarse al placer que apenas duraría unos minutos.

Regresé a la mesa nervioso, lógicamente, no sabía como mirar a Tito y además no quería que nos vieran volver juntos porque podrían sospechar con justa razón; un ex matrimonio, llegando los dos a la vez del baño, era raro. Entre el efecto del champagne, la torpeza por los nervios, saludé rápidamente a todos, dejé saludos a Tito para Grisel, y salí prácticamente disparado para depositarme en la butaca de mi automóvil y expulsar el aire de mis pulmones en un solo soplido.

-Que pedo que tenes, gordo, ¿vas a poder manejar? –me preguntó Sofía, mi actual mujer.
-Estoy bien, Sofi, puedo manejar.
-No entiendo que te pasó que salimos así corriendo, pensé que te habías descompuesto o que te sentías mal.
-Nada que ver. Pasa que no me banco cruzarme con mi ex mujer, no soporto escucharla hablar con su aire superador, su arrogancia… Era el casamiento de Juli y de Richard, bastante la aguanté.
-¿Pero todavía te pasa algo cuando la ves? –me preguntó con temor.
-¿Estas loca? ¿En serio me preguntas? Te estoy diciendo que no me la banco, de hecho salí apurado para no tener que saludarla…
-…
-¿Que pasa?
-Nada, vas a pensar que estoy celosa –me advirtió.
-¿Por qué?
-Porque iba a hacer un comentario filoso… -me dijo sonriendo y se puso a mirar por la ventanilla.
-Ahora decime, dale ¿Me instalás la curiosidad y no me lo decís? –le insistí.
-Es gordita tu ex… Te iba a decir eso ¿Que pasó, antes te gustaban rellenitas?
-Sos terrible, Sofi –le dije sonriendo-. Sos mala, y eso me gusta.

Empezó a amanecer y Sofi no pudo esperar a llegar a casa, se quedó dormida mientras yo manejaba. Para que no me tentara el sueño bajé un poco la ventanilla del coche, de esa manera el viento me daba en la cara y me mantenía despierto ¿Qué pretexto podía encontrar esta vez? Qué clase de pretexto podría soportar y sostener esta historia de encuentros y desencuentros, de sexo adolescente y de arrepentimientos oxidados en la espera de un volver a encontrarse… Dibujé una pequeña sonrisa, como de costado y en voz baja, casi susurrando, canté:

"No te olvides de mí,
de tu Grisel",
me dijiste al besar
el Cristo aquél...
Y hoy, que vivo enloquecido
porque no te olvidé,
ni te acuerdas de mí,
¡Grisel!, ¡Grisel!


Davo///

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