Páginas

viernes, 31 de julio de 2009

Me caso

Estoy sentado en la cama mirando a Lorena, son las ocho de la mañana y hoy me voy a casar con ella. Estoy enamorado. Por fin llegó el día, no se si hubiera aguantado mucho mas tiempo las ansiedades incontenibles de Lore. La veo ahora, todavía durmiendo, con una sonrisa, en paz y casi que no la reconozco, no parece ser la misma que me viene torturando desde hace seis meses con el catering de la fiesta, la música –que tiene que tener como para todos los gustos-, el show, mi traje, su vestido, el auto que llevará a los novios y una larga lista de etcéteras.

Así de a poco, sin pausa, con prisas, ella fue armando “su” fiesta de casamiento y yo me convertí en un invitado que ocuparía un lugar de privilegio por el hecho de ser el novio, y que haría el trabajo sucio, el que no se ve; hablar con la familia, saber quién está peleado con quién para sentarlos lejos, ponerme al tanto de las recientes rupturas de pareja para no andar haciendo macanas. Pero no importa lo que yo hiciera, ella decía que no me veía entusiasmado, entonces ocupaba mi lugar con la pasión y el entusiasmo que ella creía que debía ponerle. Yo me relajé y me entregué. Para mi era la segunda vez, sí, mi segundo casamiento, por lo tanto, y por suerte, en esta oportunidad me ahorraba el trámite del paso por la iglesia. Pero no me iba a ahorrar el tema de las fotos, la entrada al salón donde por lógica seríamos el centro de atención –por mas que no pasáramos por la iglesia, preparamos un pequeño ágape para doscientas cincuenta personas-; saludar gente que no tengo la mas mínima idea de donde salió; conocer los novios y novias de amigos. La ultima vez que me casé, conocí al novio de una amiga de mi ex mujer que sin conocerme, cuando me saludó me dijo “relájate, se termina rápido… Esto se hizo para que suframos, negro. Las únicas que disfrutan son ellas”. Dibujé una mueca que se pareció casi a una sonrisa, por mas que tuviera razón, estaba en mi fiesta, la había pagado yo, era mi fiesta tambien ¿o no?

La noche en la que le propuse matrimonio estábamos cenando en La Robla, un restaurante español. Había planeado una noche romántica, quería que fuera inolvidable ese momento, que Lore pudiera contarle a nuestras nietas algún día, como su abuelo se le había declarado. Los mozos la sorprendieron con un ramo de rosas al llegar; cenamos e inmediatamente después de que nos sirvieron el postre, empezó a sonar la marcha nupcial. Nuevamente se acercó uno de los mozos con una bandeja cubierta por pétalos blancos y en el centro una cajita aterciopelada, azul, escondía dos alianzas.

-¿Me amas lo suficiente como para casarte conmigo? –le pregunté y ella se echó a llorar sin poder contener la emoción.

Un mes mas tarde fue a la joyería a cambiar los anillos por otros que le parecieron mas lindos y oportunos para celebrar y consagrar nuestro matrimonio. Esos no le habían gustado.

La llamé a mamá para decirle que me casaba.

-Hola Ma… ¿Puedo pasarte a buscar por la oficina para tomar un café con vos? –le pregunté cuando la llamé.

-¿Qué cagada te mandaste?

-¡Ninguna!

-Entonces te la vas a mandar –me dijo sonriendo. Putie para mis adentros, mucho, no a ella, en general.

-Mamá ¿podemos tomar un café si o no? –le dije con firmeza y visiblemente ofuscado.

A ver, como explicar… ¿Viste tu mamá? Bueno, la mía es igual. Soy hijo único y ella montó su vida alrededor mío, cree que su misión es enderezar las ramas torcidas del único árbol que tuvo. Vive pendiente de mí y de las cosas que hago, mas que nada de los errores que cometo, los cometa o no ¿se entiende?, si ella cree que hice cagada lo da como un hecho inexpugnable y no tarda mas de treinta segundos para caerme encima. Así sucedió cuando me separé de Beatriz, mi ex mujer. Por lo tanto esta vez, digamos que tenía miedo de la reacción de mamá y del comentario que inevitablemente me iba a hacer antes de empezar con una larga lista de consejos.

-¿Azúcar o edulcorante, mamá?

-Siempre lo tomé amargo… -me contesto casi feliz de que no lo recordara.

-Bueno, te quería contar algo importante, una decisión que tomé –dejó de revolver el café, apoyo los codos en la mesa y depositó el mentón en sus manos para mirarme directo a los ojos, expectante.

-Ah ¿si?

-Me caso con Lorena –le dije a secas.

-¿Estas seguro de lo que vas a hacer esta vez? –me preguntó

Ella sabe que soy inseguro, que estoy viniendo a buscar aprobación, sabe que me paso la vida yirando por ahí en busca de la aprobación de todo el mundo, que llegué a donde llegué en mi profesión y que soy un exitoso empresario financiero justamente porque soy un hombre inseguro; entonces tiene que hacer eso, sí, eso, hacerme dudar, en lugar de apuntalarme, de apoyarme incondicionalmente ¿Para que mierda me pregunta si estoy seguro? Me costó mucho tomar la decisión, era una segunda vez, no me siento seguro de nada, jamás me siento seguro ante una decisión. Siempre hizo lo mismo. Le dije que sí, que estaba seguro y mucho mas seguro que la vez anterior.

El caso de papá fue muy fácil. El sabe que puedo llegar a hacer cagada, y tiene la filosofía de aprendizaje de la vida, de la calle. Cree que se aprende en la experiencia y aun más en las peores. Siempre quise ser como él pero algo me lo impidió, supongo que ese algo fue mi madre. Papá me apoyaría en un segundo matrimonio y en un tercero, y en un cuarto si así se requería. La única preocupación de papá era la tía Elvira, su hermana.

-Papá, cómo no voy a invitar a la tía…

-Que se yo, hijo, pregunto. Viste como es la tía. En la familia siempre la dejaron de lado, viste tu primo, no la invitó al casamiento y ella, es hoy, que no se lo perdona. Es mi hermana, vos me entendés…

Y no, la verdad que no lo entiendo porque nunca tuve hermanos. Nos quedamos repentinamente en silencio, mirándonos sin saber que decir. Claramente a papá lo único que lo preocupaba de todo esto era el tema de la tía Elvira. Parecía un nene, quería decir algo pero no se animaba, así que le dio por preguntar cualquier otra cosa.

-¿Le sos fiel a Lorena? –me preguntó.

-¡Pero papá! Claro que le soy fiel, sino para que me voy a casar con ella.

-Bueno, bueno, me pareció oportuno preguntarlo…

-Voy a llamar a la tía, hoy mismo –le dije, seguro que la cosa venía por ahí.

-¡Muy buena idea! Si, claro. ¿La llamás ahora?

Esa era la única preocupación de papá, tía Elvira. Ella quedó soltera –digo “quedó” porque es inevitable sentirse resignado, la tía nunca nos va a sorprender al menos en eso-, sin hijos y resentida con los hombres por un amor de juventud que la dejó plantada al pie del altar. Huraña, hosca, pero con ciertas debilidades, yo era una de esas debilidades. Cuando llegué a casa la llamé.

-Hola, tía –le dije cuando levanto el teléfono.

-¿Quién habla?

-¿Cuanto sobrinos tenés?

-Ah, sos vos… Ya te devolví la plata que me prestaste.

-Si tía, ya sé –todavía me debía quinientos setenta y cinco dólares, pero no era momento para recordárselo-, igual yo te llamo por otra cosa.

-¿Se murió tu mamá?

-¡Noooooo! –Hice un gran esfuerzo por centrarme- Me caso tía, me caso con Lorena…

-Ay, querido, sos un pelotudo… ¿Cuál es Gimena?

-Lorena, tía. Es la única chica con la que me viste últimamente.

-¿Pero por qué te casas de nuevo, está embarazada Gimena?

-Lorena tía, Lorena… Y no está embarazada. Sos la primera en saberlo, te lo quería contar antes que a nadie.

-Sos mentiroso igual que tu mamá. Hace diez minutos me llamó el pelotudo de tu papá para contarme que te casabas. Yo no se que pasa en esta familia, yo no se que hicieron mal, no entiendo por qué todos hacen estupideces y le salen bien las cosas, y yo que hago las cosas bien tengo tanta mala suerte.

Empezó a rememorar aquella tarde que fue abandonada en el altar, que mi papá se reía, que toda la familia se rió de ella, y que se sintió condenada a la soledad, traicionada arteramente, no sólo por su novio, sino por todos los novios y todos los hombres. Me pidió que no le haga eso a Gimena, o sea Lorena.

-El problema es que no tengo qué ponerme, no me voy a poner lo mismo que me puse para tu otro casamiento ¿no te parece? –tarde o temprano los tiros iban a ir por ese lado.

-No te preocupes tía, dejáme que te regale un vestido…

-Ay, no, no lo dije por eso, no seas pelotudo…

-No importa, yo te lo quiero regalar.

-Bueno, pero lo hago para que no anden diciendo por ahí, la familia de tu madre sobre todo, que soy orgullosa y que ando despreciando la generosidad de mi sobrino

-No, ya sé tía… Te quiero.

Esos son momentos sublimes, créanme. Cuando la tía se siente entendida, comprendida, mimada y querida, es otra persona, se relaja y hasta cambia de postura, los ojos se le humedecen y es generadora de una ternura indescriptible. La tía se armó el personaje que pudo, el que mas tuvo a mano y le funcionó en una familia frívola por momentos, acostumbrada a los éxitos, por lo general ajenos, y a los fracasos, por lo general propios. Ni siquiera el nombre la ayuda, Elvira significa “amable”, tremendo karma tener que cargar con un nombre que obliga a la amabilidad (?). Pero yo conozco ambas caras de esa luna y sé que por dentro sigue latiendo una novia llena de amor, de sueños, de ilusión; late una madre de modo potencial pero de un verbo sin conjugar.

Estoy sentado en la cama mirando a Lorena, son las ocho y cinco de la mañana y hoy me voy a casar con ella. Estoy enamorado y esta vez va a funcionar, estoy seguro.


Davo///

No hay comentarios:

Publicar un comentario