Páginas

martes, 25 de agosto de 2009

Descubrir

-¿A qué hora sale? –me preguntó Horacio.

-No sé, siempre dice que sale a las nueve y media.

Saqué un cigarrillo, pero Horacio me detuvo antes que lo encendiera.

-¿Qué hacés? No lo prendas, sino se ve adentro del auto ¿Nunca lo viste en las películas? –me dijo y la situación hasta parecía tener cierto peligro.

-Sí, tenés razón.

-¿Qué hacemos si confirmas tu sospecha? Me refiero a que no sé que hacer. No sé como vas a reaccionar vos y no se si debería actuar igual que vos o calmarte o…

-¡Pará un poco Horacio –lo interrumpí-, me estás poniendo mas nervioso de lo que estoy!

Cecilia me había deslumbrado ni bien la vi, me había cortado el aliento. Empecé a creer en el amor a primera vista. Pero claro, los años pasan rápido, todos crecemos y en ese crecer constante nos rediseñamos y nos pasan cosas, se despiertan inquietudes de todo tipo y nuestra propia naturaleza mucha veces nos impulsa a satisfacerlas. En esa satisfacción de responder preguntas que hasta ayer no tenían respuesta, muchas veces vamos enfriando sentimientos puros como el amor.

Yo no dudo que ella me ama, no dudo en lo absoluto. El mío es un tema de aceptación. Yo quiero que sea siempre igual, como antes; que haya besos, abrazos, sonrisas cómplices, que al llegar yo a casa me cuente todo lo que le sucedió en el día. Pero la realidad es que la relación se enfrió un poco y sé que tengo mucho que ver en eso. Siempre le dije que una relación, cualquiera sea, se basa en el grado de confianza que se deposita en ella y que sólo a partir de allí puede crecer o no. Cuando yo le hablaba de esto me miraba con ojos expectantes, creo que hasta me admiraba. La confianza era una elección que durante mucho tiempo hicimos mutuamente, creíamos que era una cuestión de hacerlo o no, que no había un motivo objetivo por el cual uno podía confiar y creer en el otro, porque si así fuera, el día que el otro hiciera otras elecciones –cosa que sin duda nos pasa a todos a diario- el motivo puntual por el cual confiábamos podía desaparecer y con ello se iría la confianza y detrás de ella nuestra relación; de esta manera nuestra confianza se perpetuaba… Pero eso fue ayer, y hoy no es ayer. Algo pasó, no sé bien qué, pero algo sucedió y no lo vimos venir ninguno de los dos, ni Cecilia ni yo.

El tiempo pasó e inexorablemente me llevó hasta allí, porque lo que como un miedo recurrente pensamos con fuerza, al fin sucede. Y entonces creo que fueron mis pensamientos los que me llevaron hasta ese momento, hasta ese coche, con mi amigo Horacio, para espiar a Cecilia que probablemente me estaba ocultando algo que me aterraba.

-Confianza… -susurré.

-¿Qué? ¿De qué hablás? –preguntó Horacio que estaba mas excitado, parecía que el quería mas que yo descubrir a Ceci en algo.
-Confianza, Horacio, confianza. Le pido confianza y yo la estoy espiando ¿me entendés?

-¿Y que tiene que ver eso? Vos sospechás algo y tenés derecho a averiguar que está pasando.

-¿Cómo qué tiene que ver? ¡Tiene que ver que si yo pongo confianza, en lugar de espiarla estaría teniendo una charla con ella! ¡Eso tiene que ver! –le dije enojado-. Mejor vamos.

-¡Pará, mirá, ahí sale! –me dijo, Horacio, alarmado.

Ahí estaba Ceci, “que hermosa mujer” pensé; mujer, claro, “mujer”, con todo lo que eso implica, con sus preocupaciones, con sus miedos, con sus carencias; “mujer”, que estúpido que soy, por qué no supe verla antes así de esa manera, en su integralidad, en su universo, tan distinto al mío, distinto en su percepción, en su mirada llena de emociones porque a fin de cuenta esa es la gran diferencia entre el suyo y el mío. Y claro, pensé, ella también al igual que yo quería tomar algo de mí. Ahora que ya lo tiene, que se lo aseguró, va por otra cosa distinta, va por más.

-Mejor vamos –le dije e iba a poner el automóvil en marcha cuando Horacio me detuvo.

-Ahí está… -me dijo apesadumbrado, mi amigo, parecía por fin entenderme.

Ceci salió corriendo al encuentro de un tipo que cruzaba la calle. Se fundieron en un abrazo. El la alzó y la besó con ternura, y en ese abrazo, en ese amor, en esa ternura, se llevaba los mejores años de mi vida. En mi cabeza fueron tantas las preguntas que se agolparon que no llegué a hacerme ninguna, no las escuché porque eran casi un murmullo ensordecedor.

Hacía frío, el invierno fue más invierno, y yo… Yo ahora sería uno mas sin aquel amor tan dedicado, yo sería uno mas en la calle; porque hasta ahora era un hombre especial, era un hombre distinto, era un hombre único, un ser especial.

Estaba triste porque ella me lo podría haber dicho. Porque nuestra relación estaba basada en la confianza, porque siempre supimos que nos podíamos decir cualquier cosa sabiendo que el otro iba a estar parado allí entendiendo todo, tendiéndole la mano sin prejuicios y aceptando las decisiones. Me podría haber dicho que le estaban sucediendo cosas con él, que se estaba enamorando, que le gustaba, que quizá el le daba cosas que yo no, que le hacía sentir cosas, que le despertaba sensaciones que yo jamás le despertaría. Pero no, ella había decidido sacarme de su vida de la manera mas cruel, con mentiras y ocultándome este romance. Vi como la beso en medio de la calle.

-Te llevo a tu casa –le dije a Horacio.

-No te pienso dejar. Vayamos a tomar un café, una cerveza, no se…

-No –fui tajante-, te llevo a tu casa y después me voy a la mía.

-¿Y que vas a hacer? ¿Querés que lo sigamos y veamos donde vive?

-¡Vos estás loco! No estoy de ánimo para hacer estupideces –le dije, empezando a reaccionar.

Llevé a Horacio hasta su casa y me fui a la mía. Manejé con la ventanilla baja a pesar del frío; el estereo sonaba a todo volumen. Dicen que llenarnos de sensaciones que tienen que ver con lo perceptivo de nuestros sentidos acalla los pensamientos y a mí me resultó.

Cuando llegué a casa Cecilia no había llegado aún, y era lógico; me diría que se quedo con amigas, o que surgió algo, un imprevisto. Todas excusas que a partir de hoy no serían más que un insulto porque cada vez que dijera algo por el estilo yo estaría escuchando en mi propia conversación un “mirá no pienso decirte que estuve por ahí divirtiéndome, y no pienso decírtelo porque jamás me entenderías, porque me caerías encima, porque me echarías encima un montón de culpas que jamás has conocido y por eso las cargás contra mí”. Me metí en la ducha. Sentí el ruido de la puerta de entrada y supuse que era Ceci que llegaba. Cuando salí estaba en el sillón de la sala mirando televisión y riéndose a carcajadas. Disimulé y corregí el rictus de mi cara lo mas que pude. Me senté junto a ella.

-Ey, princesa ¿Cómo te fue?

-Bién, genial. Llegué mas tarde porque fui con Andrea a tomar algo cuando salimos.

Me miraba mientras me hablaba, pero yo no podía sostener la mirada. Recordaba la salida, el abrazo con ese tipo en la calle, el beso que le dio. Curiosamente no estaba enojado, estaba triste, qué digo triste, estaba hecho pedazos. Ella lo percibió de alguna manera, apartó los ojos de mí sin siquiera mover la cabeza, miró para un costado y luego agachó la cabeza.

-¿Hay algo de lo que quieras que hablemos? –le pregunté, y creo que fue una renovación a esos votos de confianza que una vez más hacía por ella.

-Papá, quiero que conozcas a Marcelo.

-¿Y quién es Marcelo? –le pregunté sabiendo la respuesta, era el del abrazo y el beso en la puerta de la facultad.

-Es un chico con el que estoy saliendo, papi.

-Sí, ya sé…

-¿Cómo que sabés? ¿De qué me hablas?

-Nada hija, hoy salí de la oficina y tenía que comprar algunas cosas en el centro, así que pasé cerca de la facultad. Yo estaba en la esquina y te vi salir, me iba a acercar pero vi que saliste corriendo a abrazar a un tipo…

-Marcelo, papá, se llama Marcelo, no es un tipo –me interrumpió.

-Ok, ok, Marcelo, ya me voy a acordar. Y bueno, te vi abrazarlo y besarlo y no quise importunar. Pero ¿por qué no me dijiste antes?

-Y papi, no iba a decirte que conocieras a alguien si no lo conozco yo primero. ¿Entendés?

-Claro que entiendo, sabés que siempre voy a entender.

-Te quiero, papi, ¿te dije que sos el mejor papá del mundo?

-No, nunca me lo dijiste –le dije con una sonrisa.

Ceci nunca sospechó de mi mentira, estaba demasiado nerviosa como para darse cuenta que le había mentido. Y yo no me di cuenta que las cosas cambian, que mi hija es una mujer, con sus secretos, esos secretos que hacen que las mujeres sean el sexo opuesto y que nos despierten tanta atracción por ese mundo desconocido. Creo que a fin de cuentas lo que nos atrae siempre es eso, el descubrir; es como encontrarle un sentido a la vida, el saber que hoy sé algo que ayer no. Mi día había cobrado sentido, mi hija estaba enamorada y había dejado de verme como el hombre perfecto, eso me quitaría ciertas presiones y podría volver a confiar en ella, ya no haría falta que la espiara. Le cedí la posta a Marcelo, el se encargaría de descubrir el lado oculto de la luna, aunque no del todo… No del todo… Descubrirlo todo, hace que perdamos el entusiasmo, pero bueno, a veces también nos abre las puertas a nuevos interrogantes y mas profundos. Uno de ellos es en el que me quedé pensando esa misma noche “¿en verdad seré el mejor papá del mundo?”.

Davo///

No hay comentarios:

Publicar un comentario