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miércoles, 6 de enero de 2010

Lola

Esta madrugada empezó varias semanas atrás. Sé que suena raro, y quizá lo pueda explicar de otra manera. Lola es una mujer que me enloqueció; casi como todas las que pasaron por mi vida, aunque cada una, y a su tiempo, me ha movilizado más y más. Será por esta cuestión de creer que el amor de mi vida es el que está por venir. No sé. De cualquier forma Lola es especial.

Nos conocimos en un bar. Ella es una española tipo, sin que esto la haga común, porque ella es realmente especial. Tímida y alegre, desenfadada pero con reparos, obstinada y renunciante permanente. Claro, es la mujer que enloquecería a cualquier hombre. Su acento español, pura sensualidad, y las cualidades que mencioné antes, la convierten en un verdadero desafío. Es amiga de Mara, una vieja amiga mía de la infancia tardía. Aquella noche yo estaba terminando de corregir el guión de una obra de teatro que escribió un amigo y que piensa estrenar el próximo año. Mara me dijo que estaba en un bar de San Telmo con unos amigos y que me esperaba en media hora, me cortó sin esperar ninguna respuesta porque sabe que no puedo decirle que no. Ni siquiera me di una ducha. Fui hasta al ropero y tomé la camisa menos arrugada que tenía. La olí, parecía estar limpia. De una vieja caja de zapatos agarré los últimos doscientos pesos que había y fui hasta “El Federal”, donde Mara me esperaba.

Por más que era de noche, San Telmo parecía teñido de color ocre. La iluminación le daba ese aspecto, supongo. Algunas de sus calles aún permanecen tapizadas por adoquines dispuestos de manera irregular, conformando una superficie despareja. Sobreviven aún los rieles de algún tranvía extraviado, incluso, en la memoria de los vecinos más viejos del barrio.

Mara estaba sentada justo al medio de la mesa, entre cinco amigos. Como siempre, era el centro de atención. Cuando entré parecía estar contando algo gracioso, gesticulaba con las manos y los demás reían; Lola, en cambio, cuando abrí la vieja puerta de madera, dirigió la mirada hacia mí y me acompañó con la vista hasta que me acerqué a la mesa. Mara me abrazó y me presentó entre los amigos que habían llegado de España hacía un par de días. Me acercaron una silla y me senté, quedé justo al lado de Lola. Mientras los demás gritaban y se reían fuerte, nosotros dos nos dedicamos a conocernos y preguntarnos cosas, yo jamás le hubiera hablado si ella no lo hacía. Me pedí una cerveza. Cuando el mozo apoyó el chopp en la mesa, seguí su movimiento y pude ver la mirada de Mara que de reojo nos miraba. En seguida volvió a lo suyo y continuó riendo como si nada, como si no se hubiera distraído ni perdido el hilo de la conversación.

-Oye, así que corrector literario… ¿Y cómo se te ha dado? –me preguntó Lola.

-No, nada de corrector, soy escritor. Es que un amigo acaba de escribir un guión y me pidió que se lo corrigiera.

-Pero ¿y tu que has escrito?

-Muchas cosas, pero bueno, todavía no pude asegurar mi oficio… -la miré extrañado porque por alguna razón su pregunta golpeo en algún lugar sensible y me molestó.

-Bien, hombre, entonces por ahora sólo haces correcciones, eso va bien…

En ese momento me di cuenta que estaba molesto. Lola estaba queriendo encontrar algún lugar sensible para colarse y lo encontró. Pasamos, creo yo, la noche entera hablando de mis trabajos y acaparé íntegramente su atención, y fue tan intensa la charla que ambos nos abstrajimos de lo que nos rodeaba, de la risas, de los gritos y las carcajadas; todo lo que nos rodeaba era sólo un murmullo lejano. Intercambiamos teléfonos, estaría en Buenos Aires por un par de semanas y nos prometimos volver a vernos.

La promesa tardó poco en cumplirse. Al día siguiente, con impaciencia adolescente, me pidió que la pasara a buscar por el hostel donde estaba alojándose. No tenía ganas, pero no pude evitar decirle que sí. Me pidió que la acompañara a visitar la catedral de Buenos Aires, mientras me contaba como era su vida en Madrid. Parecía joven, mas joven que la noche anterior. En realidad era mas joven, que yo. Su vida era sencilla y simple en comparación con la mía. Parecía tener todo controlado, era una de esas personas que creían saber perfectamente que sucedería al día siguiente, aunque no lo supiera. Creo que las certezas que tenía sobre su vida, las cosas en las que creía y la manera de creer que tenía, eran la base sobre la cual había construido su vida, su familia, sus amigos, su entorno todo; eso es algo que la diferencia sustancialmente de mí, que lleno de dudas y de incertidumbres, no me quedó mas remedio que armarme un personaje parco y con fobias sociales, desconfiado, pero en constante descubrimiento. Su trabajo era mucho más estable que el mío y le permitía proyectar y planificar a corto, mediano, y largo plazo; en cambio yo sólo tenía en cuenta el corto plazo, un corto plazo que no superaba el día siguiente.

Nos fuimos descubriendo de a poco. Volvió a llamarme un par de días después para preguntarme dónde quedaba la Reserva Ecológica.

-¿Y para que querés ir a la Reserva Ecológica, Lola? No hay nada ahí –le dije con sinceridad.

-Bueno, si no hay nada interesante, te traes unos libros tuyos y me muestras de que va lo que escribes.

Ya sé que me manipuló. También sé que lo permití de manera clara y sin chistar, pero empezaba a ser un placer entregarme a sus ocurrencias ¿Qué podía perder?

Llevé para regalarle el único libro editado que tenía, una antología de cuentos que escribí en un momento de mi vida lleno de inspiración, de historias por contar. Eran historias tan propias como ajenas. Las ajenas con mi propia visión, casi una critica que me permitía desde la impunidad que daba por llamar “inspiración”. Las propias, se asemejaban mucho a las otras, pero con una visión distinta y sin la crueldad con la que uno (yo), juzga el pasado. Ese tipo de cuentos eran como un permiso para reescribir y reinterpretar experiencias, y también manipularlas para que terminaran como no pudieron ser.

Se suele poner una dedicatoria cuando uno regala un libro, algo insignificante pero que deje la huella de ese momento. A mi no se me ocurría nada, Lola era tan distinta que no podía trazar entre ella y yo algo a fin, de tal modo que resolví poner entre comillas “para una mujer distinta…” y lo firmé.

-¿Para una mujer distinta? –me preguntó, había ido directamente a la carátula del libro, supongo, para buscar la dedicatoria.

-Sí, ¿acaso no somos tan distintos?

-Vamos hombre, la esencia de lo que nos diferencia es lo que nos hace tan iguales ¿o no te has dado cuenta?

Me quedé mirándola. Unas gafas Ray-Ban le ocultaban los ojos. No podía decirme eso. Quiero decir, sí que podía, claro está, pero supongo que nadie dice eso si detrás no está queriendo comunicar otra cosa, y creo que yo no quería escuchar. Lola, por lejos, empezaba a convertirse en la mujer más interesante que conocía. Eso me ponía en peligro, no soy un hombre permeable, pero de alguna manera, por algún lugar, ella se había colado y yo no quería escuchar lo que ella tenía para decirme. Cambié de tema, inventé un compromiso y a los pocos minutos me estaba yendo a casa. Pero su puto desenfado, esa falta de límites para conseguir lo que quiere a cualquier precio, me puso en jaque y si hubiera querido taparle la boca con las manos tampoco hubiera podido evitar que ella me dijera lo que tenía para decirme cuando me telefoneó al día siguiente.

-Me gustas mucho –escuché que decía en el teléfono ni bien lo atendí.

-Hola… No entiendo ¿Lola?

-Devoré tus cuentos. Lo que transmites en ellos es fuerte, hombre, es fuerte. No puedo ser la misma luego de leerlos, cada una de tus historias me ha llevado a reflexiones distintas. Y conociéndote… Conociéndote… Es fuerte.

-Lola, no entiendo nada –mentira, me era mas fácil decir que no entendía.

-¿Podemos vernos? Tomamos unas cañitas, por el Palermo que le llaman ustedes.

-No, no puedo.

Insistió un poco. Yo me mantuve firme. Se iría en poco tiempo, y yo no era más que un desafío, un límite con el cual ella misma quería ponerse a prueba. Yo estaba muy cómodo en mi vida sin arriesgar mis sentimientos. Cada vez que busco la compañía de una mujer lo hago pero sin arriesgarme, y ella, esta brisa fresca que había encontrado, ponía en riesgo mi vida tal y como era. No creo que personas como Lola modifiquen su vida, sencillamente porque para ella sería empezar todo de nuevo, algo que yo sí hacía frecuentemente, casi a diario.

No nos vimos, pero nos pasamos algunas horas por teléfono. Su voz era un paisaje. Cada cosa que decía detonaba en mi imaginación, miles de imágenes y colores. La imaginaba diciendo un “te quiero”, “por ti lo doy todo”, “lo siento”. Lo cierto, o mejor dicho, lo que creía, era que lo único que escucharía de ella en poco tiempo, sería “adiós”.

Intentó explicarme de varias formas que yo le gustaba mucho, que no podía sacarse de la cabeza cada uno de nuestros encuentros y charlas. A mi me pasaba lo mismo, pero no me permitía ilusionarme con alguien que pronto volvería a su vida de seguridades, a su vida de muros altos y firmes, a su vida en Madrid.

-Venga, debes entender que no “quiero” verte, lo “necesito”, quiero llevarme la última imagen tuya…

-¿Pero que sentido tiene todo esto? ¿Para que alimentar algo que no va a ser? No te entiendo Lola, pareces por momentos tan segura, tan clara con la vida que llevas y tan alineada con lo que querés para tu vida, que no entiendo para qué necesitás verme si mañana te subís a un avión y te vas a Madrid.

-¿Y que quieres que te diga, que soy capaz de quedarme por ti?

-Dios mío, enloqueciste, no sabés lo que decís.

-Que sí hombre, que sé muy bien lo que te digo ¿Quieres eso? Pues vas a tener que pararte frente a mí y mirarme a los ojos si es que quieres que te lo diga.

Quedamos en encontrarnos en plaza Serrano. Tomé la bicicleta, me colgué el morral y sin apuro pedaleé. El amor es una locura ¿Cómo puede decidir quedarse por mí? Además lo que me atraía de ella era ese mundo tan inalcanzable de certezas y previsibilidad. Que se quedara por mí era permitir que renunciara a lo que yo admiraba de ella, y seguirla sería renunciar a mi propia vida como estaba configurada, renunciar a los cimientos de cada una de mis dudas que me hacían ser quien soy. Amarnos sería despersonalizarnos, porque en el sacrificio, en el renunciamiento tanto de ella como mío, no había posibilidad de un amor correspondido y complementario para su ser y el mío. Yo no podía permitir que se quedara, no quería que se enamorara de mí.

Llegué a la plaza Serrano pedaleando por Honduras. Até la bicicleta a un árbol y caminé despacio, inseguro, dubitativo. En la plaza, el ir y venir de la gente era enloquecedor, pero aún así no pude evitar distinguirla en medio del tumulto. Yo estaba lejos, al otro lado de la calle, y no me pudo ver. Lola se veía tan hermosa desde donde yo estaba que no quise acercarme y me quedé un momento mirando desde allí. Creo que estuve por lo menos diez minutos mirándola, me llené de ella, me llené de ilusión de ser otro, de ser de otra manera, de ser capaz de cruzar la calle, complementar cada uno de los aspectos de nuestras vidas y amarla.

Caí a cuenta que había una decisión por tomar, sentí que ella no sería honesta consigo misma si me eligiera, y esa honestidad tenía que ver directamente con lo que yo estaba empezando a amar de Lola. Retrocedí sobre mis pasos sin quitarle la mirada de encima. Me di vuelta y caminé hasta la bicicleta, la desaté del árbol y me fui.

Esta madrugada empezó varias semanas atrás; ella viajó anoche a Madrid, hacia su vida. Mi universo cambió cuando empezó a haber pruebas de que el amor era una posibilidad, cuando me enamoré de Lola. Tomé la decisión correcta, que fue dejarla ir. Ella dejará esta huella en mi vida, en mi universo. El precio que elegí pagar para que perdurara su recuerdo y la ilusión de su amor, fue no tenerla.



El Davo

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Davoooo!!
Increible lo ke escribis!!!!
Te felicitoo.. Ojala yo pudiera escribir asiii jajaja
Te mando un beso y muuuy bueno el blog eh!! =)
Anita!

Davo dijo...

Te mando otro beso a vos y gracias por pasarte.

Eva dijo...

Hola querido, tanto tiempo.. me gusto tu historia. un beso grande. Eva

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